La magia en esta época no sólo estuvo presente en la vida cotidiana del indígena mesoamericano, sino que trascendía al mundo numinoso de los dioses, los héroes míticos y los seres sobrenaturales: era el eje de unión e interacción entre el mundo sagrado y el profano.

Magia y religión estaban estrechamente unidas. Los dioses participaban de las mismas emociones, sentimientos y pensamiento mágico que los mortales. Dioses y hombres tenían la obligación conjunta de mantener el ritmo cósmico mediante el rito y las ceremonias mágicas.

Los dioses aztecas, excepto Ometecuhtli (la deidad suprema), no eran seres inconmovibles, ni inaccesibles, en los que no se pudiera influir. El indígena, a la vez que suplicaba y solicitaba humildemente, también trataba de manipularlos coercitivamente para guiar su voluntad en el cambio de la naturaleza y asegurar el bienestar de la comunidad o el daño a los adversarios.

Todo acto de culto era un acto mágico para propiciar el éxito de una ceremonia o de cualquier actividad. El sacerdote-hechicero y los participantes previamente aumentaban sus fuerzas mágicas recurriendo a ritos de purificación mediante autosacrificios, penitencias y ofrendas. La ofrenda máxima era la sangre y la vida humana ofrecida a los dioses en el sacrificio, rito que contribuía a mantener el orden cósmico.

La prosperidad, el bienestar físico y espiritual, la fortuna y otros dones eran dádivas de los dioses; la miseria, la enfermedad y la muerte eran los castigos para los transgresores del orden moral y religioso. Sin embargo, la enfermedad y la muerte no siempre fueron castigos; en ocasiones, se presentaban como un don divino o como el producto de los malos deseos de un ser con poderes sobrenaturales, es decir, de un brujo (tlatlacatecolo o nagual). Pero también podían ser provocadas por los bajos sentimientos de un semejante, por la envidia, el coraje o el engaño.

El mal de origen mágico se prevenía con ritos de protección y aseguramiento, y se combatía con procedimientos mágicos. Se trataba de conservar la salud y la fortuna mediante la observación de una conducta moral intachable, reforzada con actos mágicos.

La magia en los mitos nahuas se presentaba como una virtud y fuerza poderosa que caracterizaba a los dioses creadores: Tlatlauhqui Tezcatlipoca (Tezcatlipoca Rojo), Yayauhqui Tezcatlipoca (Tezcatlipoca Negro), Quetzalcóatl y Huitzilopochtli.

Estos cuatro dioses hermanos fueron los creadores del universo, del cielo y de la tierra, de las aguas y del fuego. Y también fueron los creadores de otros dioses menores que habrían de regir las esferas mencionadas y tener un contacto más estrecho con los humanos.

La creación suprema de estos cuatro dioses fue la primera pareja humana, la pareja mítica formada por Oxomoco y Cipactónal, su mujer. Ellos fueron los depositarios de las ciencias y las artes que los dioses legaron a la humanidad. A Oxomoco le ordenaron que cultivara la tierra. Y a ella, que hilara y que tejiera; además, le entregaron unos granos de maíz para que adivinara y pronosticara con ellos los días fastos y nefastos, el curso y término de las enfermedades, y el destino de los hombres.

La magia y el arte de la agorería fueron, para los aztecas, dádivas de los dioses a la humanidad. La hechicería y la brujería eran también un don divino. El hechicero más temido era Yayauhqui Tezcatlipoca (El Negro), pues se creía que estaba en todo lugar, que se volvía invisible a voluntad y que tenía el poder de transformarse en animal (jaguar, lobo, coyote, zorrillo), o en espantable fantasma. Además, en la tierra promovía guerras, discordias y enfermedades. Era voluble: daba riqueza a los hombres, pero la quitaba al menor agravio. Tezcatlipoca era el patrono de los brujos. Quetzalcóatl también tuvo fama de gran mago, pero usaba su fuerza y poderes en beneficio de la humanidad. Fue quien bajó al Mictlán (el mundo de los muertos) y robó los huesos de las generaciones pasadas. En Tamoanchan, un lugar mítico, hizo penitencia y se sacrificó, sangrando su miembro viril sobre los huesos; enseguida, con esta masa, hizo a la especie humana que pobló la era del Quinto Sol. Nacidos los hombres, Quetzalcóatl robó el maíz (sustento divino) del Tonacatépetl (Montaña de los Mantenimientos), para alimentarlos. Era el patrono de los yerbateros y curanderos del mal de aire.

La hechicería, dice Seler, era el teixcuepaliztli, el engaño, la superchería, el artificio, la hipocresía y el arte de engañar a otros. Sin embargo, este término se usaba por los nahuas para calificar a los médicos y curanderos charlatanes, a los falsos agoreros y a los engañadores, y no a los hechiceros y curanderos aceptados socialmente, a los que llamaban tlamatini, es decir, sabios.

Seler compara a Quetzalcóatl, creador de la humanidad en la mitología nahua, con el dios K’ucúmatz de la mitología maya, y dice que el segundo es sólo una traducción o reinterpretación del primero hecha por los mayas: gug = quetzal, Cumatz = culebra, serpiente, es decir, serpiente cubierta de plumas de quetzal.

También hace notar la semejanza en la relación de Oxomoco y Cipactónal con Quetzalcóatl, y la de los dos viejos adivinos del Popol Vuh, Xipayococ y Xmucane, con K’ucúmatz. Éstos, como los adivinos de la mitología nahua, pronosticaban arrojando granos de maíz al suelo, y curaban usando plantas medicinales. Además, componían los huesos rotos y curaban los dientes enfermos. Eran conocidos con los nombres de “Señores del signo del día” y “Señores del maíz y del frijol”. El primer nombre provenía tal vez de los 20 signos que formaban las trecenas del tonalpohualli o calendario de augurios, y el segundo, del uso de granos de maíz o de colorín para adivinar.

En su artículo “Origen de algunas formas de los mitos quichés y cachiquiles” (1898: 573-577), Seler afirma que gran parte de los mitos de la región maya fue tomada de sus vecinos cercanos y que, probablemente, fue de aquéllos de donde provenía el nombre de Tollan y el complejo de mitos ligados a él, es decir, de los grupos nahuas de Tabasco, Chiapas y Guatemala; de allí la semejanza entre héroes culturales y sus hazañas en ambos grupos.