En la aun joven vida democrática de nuestra nación y, ante las costumbres y hechuras de una clase política casi dinástica, donde el interés personal premia sobre la obligación hacia lo colectivo, el dejar atrás creencias o convicciones no es un lastre difícil de soltar y así lo ha demostrado nuestra historia.
En México, los bandos no comienzan y, mucho menos, terminan de consolidarse. Durante el crecimiento de nuestro país es difícil encasillar a figuras públicas plenamente enajenadas a sus convicciones. Parece que es una aptitud que no encuentra morada en moral de los políticos mexicanos desde la segunda mitad del siglo XX. Lo anterior no es porque el mexicano carezca de seriedad.
El hecho es que la política de nuestra república, históricamente, ha demostrado ser particularmente violenta y errante. Tanto así que en 1857 el Cambridge Advanced Learner’s Dictionare, en Australia, acuñó el término en inglés “Mexican Standoff” (“Duelo” Mexicano).
Este término refleja aquella situación en la que por lo menos dos oponentes (armados) no encuentran una mínima ventaja para atacar primero, por tanto, cualquier oportunidad, por mínima que sea, es valiosa, pues un movimiento en falso representa un catastrófico final. En este caso, el arma encuentra su símil en el poder económico, la capacidad de convocatoria, el liderazgo, la operancia, la experiencia o la opinión.
Como el error es una condición humana, es natural que en la trayectoria política existan errores de afinidad al no tener una formación exhaustiva o bien dirigida. Así mismo, decepciones o desencantos motivan la toma de decisiones e inclusive, por dignidad, principios o protesta es comprensible abandonar un proyecto político, por otro, donde el individuo y su labor se perciba como más beneficiosa para el ejercicio de la democracia o el crecimiento del proyecto nación.
Pero para que lo anteriormente mencionado sea un acto profesional y coherente, cabría esperar que este movimiento se ejecute bajo línea direccionalmente lógica en el compás del espectro político. Ejemplos pueden ser aquellos donde, bajo la misma vertiente ideológica, exista congruencia, como lo fue el caso de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzan, quien se trasladó de neoliberalismo priista, al nacionalismo revolucionario del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) y finalizar su trayectoria partidista en la entonces socialdemocracia del PRD.
Ajustando el ejemplo anterior a la actualidad podríamos tomar el caso plural de algunos perfiles afines a la izquierda en la segunda década de nuestro siglo. En este sentido la línea razonable sería el pasar del PRI, al PRD y de este último al PT o a Morena. En este caso tratamos una posible reacomodo ideológico o la madurez de los conceptos que guían la carrera de un perfil político. Aunque claro, puede presentarse de manera inversa, bajo otro espectro o en una interrelación del extremo interior, o finalmente, del centro a cualquier punto mínimamente razonable.
Por otra parte, existen casos dónde la avaricia, el cinismo o la aparente escasa inteligencia dictan la secuencia el chapulineo. Aunque existen mínimas excepciones, estos actos son justamente repudiados por la población medianamente enterada en temas políticos y mediáticos.
Unos de los casos que podríamos exponer, es aquel que involucra a la actual senadora María Lilly del Carmen Téllez García, quien paso de Morena al Partido Acción Nacional, dejando en claro a través de sus innumerables controversias y ataques, su carácter apegado la derecha profunda del partido más conservador en la actualidad.
Otro caso reciente es el del candidato Movimiento Ciudadano, Jorge Álvarez Máynez, quien ha sido señalado de chapulinear de la socialdemocracia del PRD al centro de Nueva Alianza (PANAL), después a la ahora percibida como centroderecha priista y finalizar con el centro o centroizquierda de Movimiento Ciudadano. El caso de Álvarez Máynez es interesante ya no tanto por la inconsistencia de la afinidad ideológica de sus movimientos, sino por la cantidad de partidos, la frecuencia de su chapulineo y lo joven que en relación con su colección de participaciones. Estamos hablando que en solo 10 años cambio 4 veces de partido.
Como último ejemplo, cabe destacar el caso del expriista Jorge Carlos Ramírez Marín y el expanista Rommel Pacheco, quienes han tenido acercamientos incomodos con Morena, mismos que alertado a la militancia del partido. O el caso de la designación numerosos candidatos en Yucatán, donde el rechazo se ha manifestado vehemencia.
El chapulineo político presenta una serie de problemas en el camino de una política representativa y plural. El hecho de tener los mismo perfiles en la amplitud de partidos políticos revela el reparto de influencias, la poca seriedad con la que el poder legislativo se involucra para evitar el seguimiento, fortalecimiento y la consolidación de familias y dinastías, así como el deterioramiento del carácter democrático que rige nuestros procesos electorales y la denigración al intelecto y participación media de la ciudadanía. Así mismo, esta tregua constante evita el surgimiento e integración del relevo generacional y la representación de las comunidades que conforman una sociedad diversa y dinámica en el electorado actual.
Con todo lo anterior el concepto de “Duelo mexicano” toma un muevo significado, donde solo quienes ven en el plagio del poder pueden participar y única novedad es que el arma cambia de mano en mano, perdiendo quien por descuido deja su mano vacía.