La imagen de una mujer sentada en la silla presidencial de México es poderosa, pero no es suficiente.
Por primera vez en nuestra historia, una mujer ocupará la presidencia.
La “paridad en todo” ya es parte de la Constitución.
Más mujeres están llegando a los congresos, a los tribunales y a las calles.
Pero, ¿cuántas de nosotras fuimos realmente educadas para ejercer el poder? ¿cuántas de nosotras hemos sufrido violencia de género por el simple hecho de querer ser más?
A muchas de nosotras se nos educó para obedecer, para quedarte en la comodidad, para no buscar más, casi ninguna tuvo la suerte de recibir educación que las ayudara a forjar carácter, manejar su liderazgo, y desenvolverse en un terreno que siempre fue de hombres.
Desde niñas se nos enseña a callar, a cuidar, a complacer.
Nos educaron para servir, no para liderar.
Y cuando una mujer levanta la voz, cuando ocupa espacios de decisión, cuando exige o simplemente existe con autonomía, la reacción del sistema no tarda: la señala, la cuestiona, la minimiza. A veces incluso la elimina.
Como poblana y estudiante de Derecho, he vivido esa contradicción de cerca. Estudio leyes en un país donde la legalidad no siempre alcanza a las mujeres. Me forman para ejercer el poder desde una estructura que, en su núcleo, aún responde al mandato masculino. Y aun así, aquí estoy. Aquí estamos muchas.
Avances y desafíos en la participación política de las mujeres
En 2019 se reformó la Constitución para garantizar la paridad de género en todos los órganos del Estado. Hoy, el Congreso de la Unión se compone en un 50% por mujeres, y en el ámbito local hay avances similares. Según el Foro Económico Mundial, en 2024, México ocupó el lugar 14 a nivel mundial en empoderamiento político, habiendo cerrado el 49% de su brecha de género en esta área.
Pero cuando bajamos la mirada al terreno real, las cifras son más crudas: menos del 30% de las presidencias municipales están encabezadas por mujeres. Y peor aún, en muchas comunidades indígenas, la “usanza” sigue negándonos el derecho a votar o a ser votadas.
No se trata solo de ocupar cargos.
Se trata de cambiar las reglas del juego.
La educación patriarcal como barrera estructural
El patriarcado no es solo una estructura externa, es una pedagogía que aprendemos desde casa, desde la escuela, desde el lenguaje. Es una herencia que se transmite silenciosa, pero eficazmente. Y por eso digo: el poder también se hereda. Pero no a nosotras.
Esta educación patriarcal no solo limita las oportunidades de las mujeres, sino que también perpetúa estereotipos que desincentivan su participación en la vida pública. Como estudiante de Derecho, he sido testigo de cómo estas estructuras afectan tanto a mis compañeras como a mí, generando inseguridades y dudas sobre nuestras capacidades para asumir roles de liderazgo.
La importancia de una educación con perspectiva de género
Para lograr una participación política equitativa, es fundamental transformar la educación desde sus cimientos. Incorporar una perspectiva de género en los planes de estudio puede ayudar a desmontar los estereotipos de género y a fomentar la autoestima y la ambición en las niñas y jóvenes. Además, es esencial promover modelos a seguir femeninos en la política y en otros ámbitos de liderazgo, para que las nuevas generaciones puedan visualizarse en esos roles.
Conclusión
La elección de la primera presidenta de México es un paso importante hacia la igualdad de género en la política. Sin embargo, para que más mujeres puedan acceder y mantenerse en posiciones de poder, es necesario abordar las barreras estructurales que persisten, especialmente aquellas relacionadas con la educación patriarcal. Como sociedad, debemos comprometernos a transformar nuestras instituciones educativas y culturales para fomentar una participación política verdaderamente equitativa.
Porque aunque nos enseñaron a quedarnos en la orilla, muchas decidimos nadar contra corriente.
Yo no vengo de una familia con apellido político, pero sin duda haré que el mío resuene.
No por poder heredado, sino por convicción, preparación y coraje.
Y si el poder se hereda, es hora de reclamarlo como parte de nuestra historia.
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La imagen de una mujer sentada en la silla presidencial de México es poderosa, pero no es suficiente.